(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 26 de mayo al 1 de junio de 2025)
No
para de llover. Ríos crecidos arrastran a humanos y animales, y echan a perder
las cosechas. El tráfico colapsa en las ciudades. La vida se nos moja e inunda
por todas partes. Los techos se desfondan y entran filtraciones hasta en el
espíritu.
Y
en ciertos cuentos y novelas tampoco escampa. No se nos olvidan Mientras llueve, de Soto Aparicio; Ilona llega con la lluvia, de Mutis, o
el Monólogo de Isabel viendo llover en
Macondo, de Gabo. Pero abramos más el paraguas de la memoria para que cubra
una historia que estuvo sepultada en el fango del olvido, como su autor: La selva y la lluvia, de Arnoldo Palacios.
Novela palpitante como la geografía chocoana, que transcurre en los decenios de
1930 y 1940. Pedro José, muchacho que, como sus paisanos, se ahogaba en la riqueza
natural, pero estaba excluido de las oportunidades, emprende un viaje físico y
espiritual para huir del destino sin gloria que lo esperaba.
Y
en poesía, claro, tampoco escampa. Y para no emparamarnos mucho con tantos
títulos, solo mencionemos el poema “Lluvias”, del nariñense Aurelio Arturo, quien
cuenta cómo sucede el fenómeno, aunque creamos saberlo de sobra:
“Ocurre así
la lluvia
comienza un pausado silabeo
en los lindos claros del bosque
donde el sol trisca y va
juntando
las lentas sílabas y entonces
suelta la cantilena
así principian las lluvias
inmemoriales de voz quejunbrosa
que hablan de edades
primitivas
y arrullan generaciones
y siguen narrando catástrofes
y glorias
y poderosas germinaciones
cataclismos
diluvios
hundimientos de pueblos (…)”.
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