(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 17 al 22 de octubre de 2022)
Un
premio no hace superior a un escritor; ni siquiera el Nobel. Por eso, lo mejor
del Nobel no es el premio, sino que nos pone a hablar de literatura. Es
refrescante que haya temas de interés general distintos a la política, la
farándula o el fútbol.
Antes
del anuncio del galardonado, las noticias van cargadas del peso morboso de las
apuestas. Como en el hipódromo, aficionados intentan adivinar quién ganará. Como
en los caballos, hay favoritos y palos. Después, los fanáticos permanecen en
las graderías comentando, renegando por la suerte de su caballito. Tras la carrera por el Nobel, las personas quedan rumiando:
“¿Por qué no ganó Fulano? Lo merecía más que nadie”. Antes del anuncio, unos
suponían que a Salman Rushdie (Los versos
satánicos) el atentado de hace días lo hacían archifavorito para recibir el
trofeo; después, reflexionaron que precisamente no se lo entregaron para no
provocar más la ira de los seguidores de Mahoma. Por mi parte renegué también. Total,
llevo años esperando lo reciba Milan Kundera.
En
la columna pasada hablamos de Annie Ernaux, la ganadora. Dijimos: “abandonó
hace tiempos la ficción para volcarse a lo autobiográfico”. Y, claro, un lector
atento como Isaías Peña (La puerta y la
historia) me llamó la atención: “no hay ficción sin autobiografía”. Tiene
razón. Como también se sabe que no hay autobiografía sin ficción.
Lo
mejor del Nobel no es el premio, sino que a veces destapa autores no muy
visibles. La ganancia de los lectores está en que podemos interesarnos en una manera
distinta de ver el mundo.
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