(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el 21 de octubre de 2022)
Michael
Ende cuenta que en Lummerland, un minúsculo país insular en quién sabe qué mar,
vivía un rey llamado Alfonso Doce-menos-cuarto y sus tres súbditos: Lucas el
maquinista con su locomotora Emma; el señor Manga, quien daba paseos con
sombrero hongo en la cabeza y paraguas cerrado bajo el brazo, y la señora Quée,
con dos es. Un día, el cartero trajo un paquete para la señora Maldiente. Como
no había nadie con este apellido, pero sí una señora, se lo entregaron a ella.
Era un niño. Lo llamaron Jim Botón.
Desde
ese momento de mi niñez cuando leí esta historia, me quedaron sonando tales apellidos extraños. Solo podían salir
de la mente disparatada del alemán, pensaba. Me parecieron estrambóticos y
juguetones. Sin embargo, como puede suponerse, ahí no habrían de parar mis
vivencias. Después habría de leer más apellidos raros, como el de un tal Encarnación
Mejorada, habitante de un libro de Manuel Scorza; Pilar Ternera, la concubina
de dos hermanos Buendía, en Cien años de
soledad… y de conocer en la llamada vida real —como si la de ficción no lo
fuera— apellidos que son oficios, animales, minerales, vegetales. Deportistas apellidados
Saliva y De las Salas; escritores, Cabeza de Vaca —que también fue conquistador—
y Malaparte; políticos, Muelas y Cabello Blanco… ¿Ah?
Fui
descubriendo que cualquier cosa puede ser apellido. Así, luego de tan profunda
reflexión, podrán imaginar que al conocer a alguien y escucharlo decir, por
ejemplo: “Encantada. Margarita Ave Negra”. O: “Mucho gusto. Simón Pan Quemado”,
el asombro no me moverá un pelo.
De ahí que exista un venta quemada o del Toro y muchas más. Gracias Jhon. Que bien este aporte además de divertido para leerlo
ResponderBorrarMe encantó tu crónica. . Muy divertida
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