(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 4 al 10 de agosto de 2025)
“No hay primera sin segunda”, repiten en las zambas. Y tal perogrullada
se aplica a todo. Para que haya una figura central, existen otras periféricas.
En la vida y en las historias alguien se roba la atención. Es a esta persona a
la que le suceden las cosas y, como en el teatro, un círculo de luz parece
seguirla dondequiera vaya. Hay otras figuras, cómo no, y también hay luces que
las bañan para destacar su presencia y revelar sus acciones, pero no con igual esplendor.
En literatura, los personajes secundarios son esenciales para el
desarrollo de las historias y la consolidación de personajes centrales. En
algunas obras, aquellos tienen vida propia, personalidad definida, actos
notables; respiran su propio aire y viven su propio cuento. Sancho Panza, en el
Quijote; Atreyu, en La historia interminable; el doctor
Watson en Las aventuras de Sherlock
Holmes… Son secundarios, sí, pero no segundones.
De los nuestros, tengo en mente a dos mujeres: Frutos, la vieja cómplice
de las andanzas del protagonista en “Simón el mago”, de Tomás Carrasquilla, y
Gertrudis Potes, la antagonista del Cóndor León María Lozano, en Cóndores no entierran todos los días, de
Gustavo Álvarez Gardeazábal.
La del antioqueño, “negra de pura raza (…) de una gordura blanda y
movible, jetona como ella sola”, alienta la imaginación con cuentos de espantos
y brujería. La del vallecaucano, que ríe “con una carcajada que las Becerra
siempre consideraron vulgar”, es piedra en el zapato del nefasto corifeo
conservador, protagonista del libro sobre la violencia bipartidista.

Me quedo con Gertrudis, frutos, inolvidables, y se lleva más palmas el buen sancho, y sí, secundarios, pero nunca segundones!
ResponderBorrarSancho Panza, un ejemplo mayúsculo de personaje secundario. Su sabiduría popular es de primer orden y su sentido común es un contraste frente al genio.
ResponderBorrarMe encantó la columna.