(Columna publicada en revista Generación del periódico El Colombiano, el 12 de de diciembre de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/llegaron-en-diciembre-JA26040018
Las fechas fundamentales de la existencia, la de nacimiento y muerte, son
buen motivo para recordar a los autores y sus obras. Aquí, algunos que nacieron
en el duodécimo mes.
 |
Eduardo Escobar |
En
diciembre llegaron al mundo Emily Dickinson, Gustave Flaubert, Jane Austen,
José Lezama Lima y Eduardo Escobar. Claro, entre otros. Estos cinco creadores
dejaron maravillas literarias, por las que bien vale la pena recordarlos, ahora
que están de aniversario.
Emily
Dickinson abordó el planeta en Estados Unidos, el 10 de diciembre de 1830.
Excéntrica según sus amistades, siempre vestida de blanco, poco dada a saludar
y jamás casada, dejó poemarios singulares que se publicaron de manera póstuma y
desordenada. Solo después de su muerte, su hermana halló sin buscar, en un
rincón secreto de su cuarto, tal vez guiada por el azar, cuarenta volúmenes
escritos a mano y encuadernados de manera artesanal, con más de ochocientos
poemas. Aunque, claro, se conocía su afición a la poesía, pues algunos versos se
difundieron durante su vida; unos formaron parte de ciertas cartas y otros se
publicaron ocasionalmente en revistas locales de Massachusetts.
La
Biblia y las obras de Mark Twain y de Washington Irving están entre sus grandes
influencias; personas, paisajes, estaciones, la noche, las estrellas, entre sus
temas. Pero en lugar de seguir hablando de una mujer que seguramente odiaba que
hablaran de ella, traigamos unos pocos versos suyos para que nos antojemos de
buscar sus libros.
“Bueno
es soñar. Despertar es mejor
si se despierta en la mañana.
Si despertamos a la media noche,
es mejor soñar con el alba.
Más
dulce el figurado petirrojo
que nunca alegró el árbol,
que enfrentarse a la solidez de un alba
que no conduce a día alguno.”
La soledad
sonora, Poemas a la muerte, Crónica de plata y varias compilaciones más se han hecho de
esta poeta que —añadamos solo una curiosidad— se encerró voluntariamente por
muchos años, como Débora Arango lo hizo en Casablanca. Murió de una enfermedad
renal en el mismo país donde nació, el 15 de mayo de 1886.
Flaubert y
Austen
Gustave Flaubert abordó en
Francia, el 12 de diciembre de 1821. Si solo hubiera escrito Madame Bovary, habría ocupado un sitial
de honor entre los narradores consagrados. También escribió La educación sentimental, Salambó, Bouvard y
Pécuchet, Memorias de un loco, La tentación de San Antonio y otras obras.
Madame Bovary es la historia de una mujer mal
casada, víctima de sus propios sueños románticos. Esposa de un médico de
provincia —lo cual, en el siglo XIX francés quería decir que era un médico de
segundo nivel, que no se graduó de la mejor manera—, que trata de escaparse de
la monotonía de su cotidianidad mediante el adulterio y el consumo, en medio de
una vida burguesa. Tal estrategia evasiva no le sale bien y termina poniendo
fin voluntariamente a su existencia.
Emma Bovary caracteriza a una mujer caprichosa. Representa
la mujer prototipo de la vida moderna y la sociedad burguesa, inserta en el
mundo consumista. Una mujer afanada por ser aceptada socialmente y ganar
estatus. Se sabe que, de no conseguir estos ideales, se genera en el espíritu
de las personas un sentimiento de frustración y una idea de fracaso que pueden
llevarlas a la enfermedad, el aislamiento o la muerte. Si miramos bien, no es
solo un asunto del siglo XIX, sino también contemporáneo.
“Una mañana que Charles había tenido que salir
hacia el alba a Emma le entró el violento capricho de ver a Rodolphe en aquel
mismo momento. Se tardaba poco en llegar a La Huchette. Podía llegar, estar una
hora allí y volver a Yonville antes de que se hubiera despertado nadie. Esta
idea le hizo gemir de deseo, y al poco rato estaba ya en la pradera, andando a
paso vivo, sin mirar para atrás”.
Emma Bovary se salió de las páginas de la novela
para convertirse en un símbolo de insatisfacción y frustración.
Jane Austen parece tener
un club de seguidores, aunque no muchos revelan abiertamente su admiración. Tal
vez porque sobre ella cae la crítica simplista de que en sus obras se ocupó de mostrar
el afán casamentero y el espíritu sexista de su espacio y su tiempo, sin
considerar que ella no apoyaba tales ideas, sino que las mostraba, como
corresponde a los escritores. Nacida el 16 de diciembre de 1775, vivió en la
Inglaterra georgiana.
Dueña de la ironía y el humor,
relata las costumbres de su época. Las mujeres debían prepararse desde niñas
para ser buenas esposas. Les fomentaban la lectura, para que fueran
conversadoras agradables; la música, en especial, la ejecución del piano; el
baile… Por supuesto, la fortuna, la posición social de las familias era un
aspecto importante para que uno de sus hijos o hijas se considerara un buen
partido.
Por su parte, Austen le
rehuía al matrimonio. Varias veces fue pretendida. En una de esas ocasiones —el
2 de diciembre de 1802— alcanzó a comprometerse, pero al día siguiente se dio
cuenta de su metida de patas, se retractó y huyó despavorida, en compañía de su
hermana, a pasar una temporada en el campo hasta que cesara la tormenta.
Emma,
Mansfield Park, Orgullo y prejuicio, Sentido y sensibilidad y La abadía de Northanger son algunas de sus novelas. Así comienza la
última de las mencionadas:
“Nadie que hubiera
conocido a Catherine Morland en la niñez habría pensado que le esperaba un
destino de heroína de novela. Su situación en la vida, el carácter del padre y
la madre, su propia persona y disposición, todo estaba contra ella. El padre
era un clérigo, ni pobre ni desdichado, y hombre muy respetable, pese a que no
tenía más nombre que Richard y nunca había sido apuesto. Disfrutaba de una
considerable independencia, y también de dos buenas rentas; y no era de los que
encerraba a las hijas bajo llave. La madre era una mujer práctica y sensata,
apacible y, lo que es más notable, de complexión robusta”.
Jane Austen murió donde
nació, por causa de una insuficiencia suprarrenal, el 18 de julio de 1817.
Lezama
Lima y Escobar
José Lezama Lima es un poeta,
narrador y ensayista cubano que interpretó la identidad latinoamericana. A
finales del siglo pasado, su poemario Fragmentos
a su imán se leía con fervor en nuestro medio. Nació en La Habana, el 19 de
diciembre de 1910.
Su novela más conocida
es Paradiso, celebrada por Octavio
Paz y Julio Cortázar. Reconoce la influencia del mundo hispánico, pero recreado
con una especie de barroco, propio de nuestros pueblos latinos. Estos son los primeros
versos de Los fragmentos de la noche:
“Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos,
como la liebre penetra en su oscuridad
separando dos estrellas
apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
La noche respira en una intocable humedad,
no en el centro de la esfera que vuela,
y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
hasta formar el irrompible tejido de la noche,
sutil y completo como los dedos unidos
que apenas dejan pasar el agua,
como un cestillo mágico
que nada vacío dentro del río”.
Y el envigadeño Eduardo
Escobar abordó la nave llamada Tierra el 20 de diciembre de 1943. El más joven
de los nadaístas al momento de la fundación del movimiento en 1958, recibió
formación religiosa, pero renunció a su “intento de santidad”, como solía decir, y se dedicó a
escribir poesía, cuento, periodismo y ensayo. Como los de su grupo, su principal
referente fue Fernando González, que enseñó la necesidad de ser auténticos, y él,
como los de su grupo, defendió esa autenticidad con rebeldía.
En sus creaciones mostró
la podredumbre en la que se ahoga la sociedad colombiana, pero no de la forma tremendista
que adoptan los profetas de la fatalidad, sino con humor y sátira, como si las
malas noticias no fueran más que chistes crueles que, como los otros, mueven a
risa. Cuac, Confesión
mínima, Correspondencia violada, Fuga canónica, Monólogos de Noé,
Segunda persona y Ensayos e intentos son algunos de sus títulos.
El poema “Sacrificio”, que también es denuncia, hace parte del volumen Insistencia en el error.
Dice:
“Hoy
también como todas las santas noches
—maldita sea—
a las once en punto
después de la última campanada
del reloj de arpas
decapitaron en el segundo piso
a la misma mujer
y
como siempre
ella lo soportó en un silencio digno y claro
obediente al ritual
emitiendo un pequeño gemido de corneja
Como
todas las noches a las once en punto
hoy
oí caer la cabeza de una mujer
con el mismo golpe amortiguado
que ya es costumbre
sin decir un sí es no es
sin protestar
sin hacer una tragedia de una liturgia necesaria
De un sacrificio inapelable
Aceptando el destino
Y yo
apagué la luz de la lámpara de la mesa de noche
compadecido, pero también más tranquilo
Porque
no sé qué pasaría si algún día dejara de suceder
y
perdonaran a esa mujer en el segundo piso
Y no cayera a las once en punto
su cabeza
como una bola de sebo
en un canasto
esparciendo aromas de glucosas quemadas
Mientras
el eco del último toque de las once
disuelve el arpa del reloj de muro
y en algún patio del barrio recogido
aletea
victorioso
el mismo gallo
el verdugo se aleja, cojea un poco del pie izquierdo
Y cuenta las monedas de sus honorarios
bien ganados
y musita una canción de negros
pensando en sus hijos”.
Eduardo Escobar, quien al mirarse en el espejo llegó a
confundirse con Jesucristo, murió el 18 de marzo de este año.