jueves, 19 de diciembre de 2024

Vicente surreal

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 16 al 22 de diciembre de 2024)

 

 

Como todavía estamos celebrando los cien años del primer Manifiesto Surrealista, salido del caletre de André Breton, es oportuno detenernos en la figura de Vicente Aleixandre, el poeta español de quien el 14 de diciembre se cumplen 40 años de muerto.


Acogió una influencia importante de este movimiento francés que, para decirlo de una manera simple, aprovecha para la escritura todo cuanto viene a la cabeza, en lo que se llamó la escritura automática. Los pensamientos, los sueños, la imaginación, más no los procesos reflexivos. Aleixandre, movido por esta propuesta estética, halló su expresión en el verso libre. Sombra del paraíso y La destrucción del amor son dos poemarios que se circunscriben al surrealismo. “La lluvia” es un poema incluido en el capítulo de “Los inmortales”, del primero de estos volúmenes:


La cintura no es rosa.

No es ave. No son plumas.

La cintura es la lluvia,

fragilidad, gemido

que a ti se entrega. Ciñe,

mortal, tú con tu brazo

un agua dulce, queja

de amor. Estrecha, estréchala.

Toda la lluvia un junco

parece. ¡Cómo ondula,

si hay viento, si hay tu brazo,

mortal que, hoy sí, la adoras!”.


Perteneciente a la Generación del 27, con Lorca, Alberti, Cernuda y otros, Aleixandre también experimentó con otras formas creativas. Después de la Guerra Civil española incursionó, como la mayoría de los poetas de su país, en poesía social y telúrica. En un vasto dominio, Presencias, Retratos con nombre y Poemas de consumación son algunas de sus obras en las que parece alejarse del movimiento iniciado por André Breton.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Llegaron en diciembre

(Columna publicada en revista Generación del periódico El Colombiano, el 12 de de diciembre de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/llegaron-en-diciembre-JA26040018


 

Las fechas fundamentales de la existencia, la de nacimiento y muerte, son buen motivo para recordar a los autores y sus obras. Aquí, algunos que nacieron en el duodécimo mes.

 

 

Eduardo Escobar

En diciembre llegaron al mundo Emily Dickinson, Gustave Flaubert, Jane Austen, José Lezama Lima y Eduardo Escobar. Claro, entre otros. Estos cinco creadores dejaron maravillas literarias, por las que bien vale la pena recordarlos, ahora que están de aniversario.


Emily Dickinson abordó el planeta en Estados Unidos, el 10 de diciembre de 1830. Excéntrica según sus amistades, siempre vestida de blanco, poco dada a saludar y jamás casada, dejó poemarios singulares que se publicaron de manera póstuma y desordenada. Solo después de su muerte, su hermana halló sin buscar, en un rincón secreto de su cuarto, tal vez guiada por el azar, cuarenta volúmenes escritos a mano y encuadernados de manera artesanal, con más de ochocientos poemas. Aunque, claro, se conocía su afición a la poesía, pues algunos versos se difundieron durante su vida; unos formaron parte de ciertas cartas y otros se publicaron ocasionalmente en revistas locales de Massachusetts.


La Biblia y las obras de Mark Twain y de Washington Irving están entre sus grandes influencias; personas, paisajes, estaciones, la noche, las estrellas, entre sus temas. Pero en lugar de seguir hablando de una mujer que seguramente odiaba que hablaran de ella, traigamos unos pocos versos suyos para que nos antojemos de buscar sus libros.

 

“Bueno es soñar. Despertar es mejor
si se despierta en la mañana.
Si despertamos a la media noche,
es mejor soñar con el alba.


Más dulce el figurado petirrojo
que nunca alegró el árbol,
que enfrentarse a la solidez de un alba
que no conduce a día alguno.”



La soledad sonora, Poemas a la muerte, Crónica de plata y varias compilaciones más se han hecho de esta poeta que —añadamos solo una curiosidad— se encerró voluntariamente por muchos años, como Débora Arango lo hizo en Casablanca. Murió de una enfermedad renal en el mismo país donde nació, el 15 de mayo de 1886.

 

 

Flaubert y Austen

Gustave Flaubert abordó en Francia, el 12 de diciembre de 1821. Si solo hubiera escrito Madame Bovary, habría ocupado un sitial de honor entre los narradores consagrados. También escribió La educación sentimental, Salambó, Bouvard y Pécuchet, Memorias de un loco, La tentación de San Antonio y otras obras.


Madame Bovary es la historia de una mujer mal casada, víctima de sus propios sueños románticos. Esposa de un médico de provincia —lo cual, en el siglo XIX francés quería decir que era un médico de segundo nivel, que no se graduó de la mejor manera—, que trata de escaparse de la monotonía de su cotidianidad mediante el adulterio y el consumo, en medio de una vida burguesa. Tal estrategia evasiva no le sale bien y termina poniendo fin voluntariamente a su existencia.


Emma Bovary caracteriza a una mujer caprichosa. Representa la mujer prototipo de la vida moderna y la sociedad burguesa, inserta en el mundo consumista. Una mujer afanada por ser aceptada socialmente y ganar estatus. Se sabe que, de no conseguir estos ideales, se genera en el espíritu de las personas un sentimiento de frustración y una idea de fracaso que pueden llevarlas a la enfermedad, el aislamiento o la muerte. Si miramos bien, no es solo un asunto del siglo XIX, sino también contemporáneo.

 

“Una mañana que Charles había tenido que salir hacia el alba a Emma le entró el violento capricho de ver a Rodolphe en aquel mismo momento. Se tardaba poco en llegar a La Huchette. Podía llegar, estar una hora allí y volver a Yonville antes de que se hubiera despertado nadie. Esta idea le hizo gemir de deseo, y al poco rato estaba ya en la pradera, andando a paso vivo, sin mirar para atrás”.

 

Emma Bovary se salió de las páginas de la novela para convertirse en un símbolo de insatisfacción y frustración.

 


Jane Austen parece tener un club de seguidores, aunque no muchos revelan abiertamente su admiración. Tal vez porque sobre ella cae la crítica simplista de que en sus obras se ocupó de mostrar el afán casamentero y el espíritu sexista de su espacio y su tiempo, sin considerar que ella no apoyaba tales ideas, sino que las mostraba, como corresponde a los escritores. Nacida el 16 de diciembre de 1775, vivió en la Inglaterra georgiana.


Dueña de la ironía y el humor, relata las costumbres de su época. Las mujeres debían prepararse desde niñas para ser buenas esposas. Les fomentaban la lectura, para que fueran conversadoras agradables; la música, en especial, la ejecución del piano; el baile… Por supuesto, la fortuna, la posición social de las familias era un aspecto importante para que uno de sus hijos o hijas se considerara un buen partido.


Por su parte, Austen le rehuía al matrimonio. Varias veces fue pretendida. En una de esas ocasiones —el 2 de diciembre de 1802— alcanzó a comprometerse, pero al día siguiente se dio cuenta de su metida de patas, se retractó y huyó despavorida, en compañía de su hermana, a pasar una temporada en el campo hasta que cesara la tormenta.


Emma, Mansfield Park, Orgullo y prejuicio, Sentido y sensibilidad y La abadía de Northanger son algunas de sus novelas. Así comienza la última de las mencionadas:



“Nadie que hubiera conocido a Catherine Morland en la niñez habría pensado que le esperaba un destino de heroína de novela. Su situación en la vida, el carácter del padre y la madre, su propia persona y disposición, todo estaba contra ella. El padre era un clérigo, ni pobre ni desdichado, y hombre muy respetable, pese a que no tenía más nombre que Richard y nunca había sido apuesto. Disfrutaba de una considerable independencia, y también de dos buenas rentas; y no era de los que encerraba a las hijas bajo llave. La madre era una mujer práctica y sensata, apacible y, lo que es más notable, de complexión robusta”.

 

Jane Austen murió donde nació, por causa de una insuficiencia suprarrenal, el 18 de julio de 1817.

 

 

Lezama Lima y Escobar

José Lezama Lima es un poeta, narrador y ensayista cubano que interpretó la identidad latinoamericana. A finales del siglo pasado, su poemario Fragmentos a su imán se leía con fervor en nuestro medio. Nació en La Habana, el 19 de diciembre de 1910.


Su novela más conocida es Paradiso, celebrada por Octavio Paz y Julio Cortázar. Reconoce la influencia del mundo hispánico, pero recreado con una especie de barroco, propio de nuestros pueblos latinos. Estos son los primeros versos de Los fragmentos de la noche:


 

“Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos,
como la liebre penetra en su oscuridad
separando dos estrellas
apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
La noche respira en una intocable humedad,
no en el centro de la esfera que vuela,
y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
hasta formar el irrompible tejido de la noche,
sutil y completo como los dedos unidos
que apenas dejan pasar el agua,
como un cestillo mágico
que nada vacío dentro del río”.



Y el envigadeño Eduardo Escobar abordó la nave llamada Tierra el 20 de diciembre de 1943. El más joven de los nadaístas al momento de la fundación del movimiento en 1958, recibió formación religiosa, pero renunció a su “intento de santidad”, como solía decir, y se dedicó a escribir poesía, cuento, periodismo y ensayo. Como los de su grupo, su principal referente fue Fernando González, que enseñó la necesidad de ser auténticos, y él, como los de su grupo, defendió esa autenticidad con rebeldía.


En sus creaciones mostró la podredumbre en la que se ahoga la sociedad colombiana, pero no de la forma tremendista que adoptan los profetas de la fatalidad, sino con humor y sátira, como si las malas noticias no fueran más que chistes crueles que, como los otros, mueven a risa. Cuac, Confesión mínima, Correspondencia violada, Fuga canónica, Monólogos de Noé, Segunda persona y Ensayos e intentos son algunos de sus títulos.


El poema “Sacrificio”, que también es denuncia, hace parte del volumen Insistencia en el error. Dice:

 

“Hoy también como todas las santas noches
—maldita sea—
a las once en punto
después de la última campanada
del reloj de arpas
decapitaron en el segundo piso
a la misma mujer


y como siempre
ella lo soportó en un silencio digno y claro
obediente al ritual
emitiendo un pequeño gemido de corneja


Como todas las noches a las once en punto
hoy
oí caer la cabeza de una mujer
con el mismo golpe amortiguado
que ya es costumbre
sin decir un sí es no es
sin protestar
sin hacer una tragedia de una liturgia necesaria
De un sacrificio inapelable
Aceptando el destino


Y yo apagué la luz de la lámpara de la mesa de noche
compadecido, pero también más tranquilo
Porque
no sé qué pasaría si algún día dejara de suceder


y perdonaran a esa mujer en el segundo piso
Y no cayera a las once en punto
su cabeza
como una bola de sebo
en un canasto
esparciendo aromas de glucosas quemadas


Mientras el eco del último toque de las once
disuelve el arpa del reloj de muro
y en algún patio del barrio recogido
aletea
victorioso
el mismo gallo


el verdugo se aleja, cojea un poco del pie izquierdo
Y cuenta las monedas de sus honorarios
bien ganados
y musita una canción de negros
pensando en sus hijos”.


 

Eduardo Escobar, quien al mirarse en el espejo llegó a confundirse con Jesucristo, murió el 18 de marzo de este año.


miércoles, 11 de diciembre de 2024

Escritos del dolor

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 11 de diciembre de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/escritos-del-dolor-JH26039918



La literatura tiene numerosas letras que aluden a la enfermedad. Los enfermos se ocupan en sufrir, pero a veces también en amar, pensar, pasear, jugar o trabajar. Las obras pueden tener trasfondos políticos, filosóficos o sociales.

 

 

 

Hace unos días hablamos de La montaña mágica, de Thomas Mann, porque celebramos un siglo de la primera edición de esta obra fundamental de la literatura universal. Dijimos que era una novela sobre el tiempo. La imposible definición de este fluido en que nadan los seres y las cosas; la relatividad del ritmo de su paso, que depende de los estados de ánimo de las personas; el tiempo que, en un claustro de los Alpes habitado por enfermos, parece enfermar también y transcurrir con aceleraciones anómalas, como si sufriera subidas y bajadas súbitas de presión. 


Enfermar, enfermos, enfermedad. Estas tres palabras ya están presentes en esta nota. Porque el ascenso a La montaña mágica me llevó a pensar en obras que, como ella, se ocupan de las afecciones como tema central o secundario.


En la citada, los personajes están enfermos de tuberculosis. Sus vidas, en un hospital de las alturas alpinas, transcurren entre tratamientos de reposo y tomas de temperatura, alimentación controlada y caminatas al aire libre. Los pacientes tosen, se resfrían, les silba el pecho, se agitan, sufren de calenturas.


Y si, a decir verdad, en la vida real estos temas son un tanto odiosos, hechos literatura por el autor alemán, se despojan de tragedia y adquieren, como cualquier otro asunto, la dimensión del arte. Los personajes hablan y hablan —es una novela de la conversación— sobre sus males; comparan la rutina que llevan allá arriba, la de la enfermedad, con la de abajo, de su casa y trabajo, es decir, la de la salud.


En medio de los dilatados tratamientos, se enlazan amistades y se tejen amores. Se filosofa sobre la enfermedad y la fragilidad humana. Se desmenuzan las palabras, los actos, los gestos, los síntomas. Porque cuando se está enfermo se tiene todo el tiempo que hay. Los enfermos están ocupados en estar enfermos, sí, pero esto les deja momentos para reflexionar y hablar de cada cosa con más detenimiento que los aliviados, que no tienen tiempo de pensar en la salud… ni en nada.

 

 

Amar y sufrir

Hay novelas en las que la enfermedad y el amor —bueno, algunos creen que este tiene algo o mucho de aquella—, van de la mano. Dos referentes de este enlace son La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo), y María, de Jorge Isaacs. Ambas del siglo XIX.


La del francés, basada según cuentan, en una experiencia personal del autor, cuenta la relación entre Armando Duval y Margarite Gautier. Él, un abogado de recursos precarios y ella, una cortesana rechazada por la sociedad y enferma de tuberculosis. De cuantos visitaban a la mujer, Armando fue el primero en preocuparse por su salud. Y entre dificultades y separaciones, la dolencia empeoraba. Desde la distancia y en los peores momentos de la enfermedad, ella rogaba por verlo otra vez “y después morir”.


La de Isaacs, otra tragedia.  María, el personaje de la novela homónima, padece epilepsia. Un trastorno de convulsiones, en su caso, hereditario. Sufrimos con ella y su amado Efraín, porque no solo se trata de que la muerte esté constantemente, como un ladrón, acechando tras las paredes, sino que tal acecho represente una amenaza a vivir un amor en plenitud. Nos abatimos al notar que ese afecto no puede ser tranquilo, desprevenido, como el de los más de los enamorados, sino melancólico y en constante zozobra. Efraín, quien va a estudiar a París, no tiene vida en Europa esperando un mensaje fatal. “Vente —me decía—, ven pronto, o me moriré sin decirte adiós”.

 

 

El cáncer, ese gran monstruo

“El pabellón de cancerosos tenía precisamente el número 13. Pável Nikoláyevich Rusánov nunca fue una persona supersticiosa, ni habría podido serlo, pero se sintió desfallecer cuando le escribieron en la hoja de admisión: «Pabellón número 13». Porque a nadie se le hubiera ocurrido designar con tal número a un pabellón de ortopedia o de enfermedades intestinales.


No obstante, en ningún lugar de la república, salvo en aquella clínica, podían prestarle ayuda.


—No tengo cáncer, ¿verdad doctora? ¿Verdad que no? —preguntó esperanzado Pável Nikoláyevich, palpándose suavemente, en el lado derecho del cuello, el maligno tumor que crecía casi día a día y que seguía recubierto en el exterior por la blanca e indefensa epidermis.


—¡No, claro que no! —le tranquilizaba por décima vez la doctora Dontsova, mientras rellenaba las páginas de la historia clínica con amplios rasgos.


Para escribir usaba unas gafas cuadrangulares de ángulos redondeados, de las que prescindía una vez finalizada la escritura. Ya no era joven y su aspecto era pálido y muy fatigado”.

 

Estas son las páginas iniciales de Pabellón del cáncer, de Aleksandr Solzhenitsyn, el escritor ruso nacido en 1918 y muerto en 2008, crítico del régimen soviético. En esta novela en la que echa mano, en parte, a experiencias propias, cuenta la reclusión de Oleg Kostoglotov en un pabellón de oncología, en un gulag de Taskent, capital de Uzbekistán, en el que encuentra pacientes que, por su diversidad cultural, económica e ideológica, representan la sociedad de su país. Esta obra ha sido comparada con la que nos movió a pensar en este tema, la de Mann, porque, en ese hospital sombrío, el personaje central interactúa con los otros enfermos. Reflexiona, conversa con ellos sobre diversos tópicos, al tiempo que debe ocuparse de su tratamiento, el de las quimioterapias, por ejemplo. De esas diferencias entre los personajes, la conclusión es siempre la misma: todos los seres humanos somos iguales, infinitamente pequeños, ante la muerte.

 

 

El terror

Hay un cuento salido del genio volador de Ray Bradbury titulado “Sueño de fiebre”, incluido en el libro Remedio para melancólicos. La enfermedad es inteligente y sabe cómo matar a una persona para seguir viviendo. Esa persona es Charles, un chico de 13 años que se da cuenta de cómo la afección se adueña de su organismo. Primero de una mano; después, de la otra; más tarde, de las piernas. Y va notando que deja de ser él.

 

“—¿Cómo estás? —preguntó el doctor sonriendo—. Ya lo sé, no me lo digas: «El resfrío está bien, doctor, pero yo me siento horriblemente.» ¡Ja, ja!


El médico se rió de su propia broma, tantas veces repetida. Para Charles, allí, acostado, esa bufonada terrible y vieja era ya, casi, una realidad. La broma se le deslizó en la mente. La mente se apartó sintiendo un terror pálido. El doctor no entendía cuán crueles eran esas bromas.”

 

 

Desquiciado

Y de las letras que aluden a las enfermedades psicológicas, entre las páginas mejor logradas están las que conforman el relato Pabellón número 6 de Antón Chéjov. Es la historia de Andrei Efímich, director de un centro de reclusión para enfermos mentales. Establece una amistad con uno de los pacientes, Iván Dmítrich, en quien reconoce una inteligencia fuera de lo común. Al parecer, este vínculo produce un cambio en la forma cómo el doctor percibe la realidad. Termina interno también él, recibiendo tratamiento. Ya cerca del final se lee:


“Andréi Yefímich se acercó a la ventana y contempló el campo. Ya había caído la noche y en el horizonte, a la derecha, surgía una luna fría y empurpurada. No lejos de la valla del hospital, a unos cien sazhens como mucho, se alzaba un edificio alto y blanco, rodeado de un muro de piedra. Era la cárcel.


«Ahí tienes la realidad», pensó Andréi Yefímich, y el espanto se apoderó de él.


La luna, la cárcel, los clavos de la valla y la llama lejana de un quemadero de huesos daban miedo. Oyó un suspiro a su espalda. Se dio la vuelta y vio a un hombre con el pecho recubierto de brillantes estrellas y condecoraciones, que sonreía y guiñaba un ojo con aire malicioso. También eso le pareció pavoroso”.

 

Durante la pandemia del covid-19, mucho hablamos de letras dedicadas a enfermedades devastadoras transmitidas por contagios masivos. La máscara de la muerte roja, de Poe; el Decameron, Bocaccio; Diario del año de la peste, de Defoe; hasta brotes de cólera aparecen en el París de Los miserables, de Victor Hugo. Esta vez hablamos de dramas y tragedias que duelen a los individuos en soledad.

 


domingo, 8 de diciembre de 2024

Médicos

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 2 al 8 de diciembre de 2024)

 


Lección de medicina. Pintura de Michiel Jansz, 1617.


En Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, el rey dice: “Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre”. (Muchos pensamos así de la relación con los doctores.) Añade: “El ojo de Hermógenes solo veía en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre”.


El 3 de diciembre es Día de los Médicos. La literatura los tiene como residentes. En El médico a palos, de Molière, un leñador finge serlo para que su esposa no lo apalee; en Madame Bovary, de Flaubert, hay uno simplón y mediocre; en Morfina, de Bulgákov, uno joven, inseguro, pero generoso; en Sinnuhé el egipcio, de Waltari, uno que sirve al primer faraón monoteísta.


En la gran novela Médico de cuerpos y almas, Taylor Caldwell recrea el siglo I. Lucano ejerce con sapiencia, ética y bondad:


“Su hermoso rostro se inclinó sobre el quejumbroso esclavo lleno de conmiseración, ternura y simpatía. Tomó una de sus manos e inmediatamente cesaron los gemidos y Odilio contempló su rostro con una mirada de ruego. Lucano dijo:


—Le daré esencia de opio; no lo bastante para que quede idiotizado, pero sí para aliviar su dolor. Luego le someteré a un interrogatorio. Empiezo a sospechar algo… —Se detuvo—; hoy la presión de la sangre es peligrosamente alta”.


El pálpito: que el esclavo no desea aliviarse para no volver con su dueño cruel. Lucano obtiene su libertad y se cura. “Quiera Dios que pronto todos los hombres sean libres, a fin de que no piensen en la muerte como único escape”, dice el médico que después se haría evangelista.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Por motivo de viaje

 (Columna Río de Letras publicada en diario ADN, semana del 25 de noviembre al 1 de diciembre de 2024)



Llegan las vacaciones. Es momento de pensar en los libros que harán parte del plan de recreación. Los de viajes deben ocupar sitio en el equipaje. Me decanto por este género, porque los autores cuentan lo que encuentran a su paso en recorridos por selvas, mares, ríos, montañas y ciudades. Cómo son los pueblos, los rasgos de las personas, cómo hablan, qué les dicen, qué les ofrecen de comer, qué música escuchan…


Para no complicar mucho las cosas, llevemos de paseo solo obras de dos autores. De Daniel Defoe, casi todos leen Las aventuras de Robinson Crusoe, la historia de un marinero que, al naufragar, se las arregló para sobrevivir solo en una isla cercana a Brasil por 28 años. En las Nuevas aventuras de Robinson Crusoe, el personaje regresa a Inglaterra, se casa y tiene fortuna. Al enviudar, siente el deseo imperioso de ir detrás de lo desconocido. Vuelve a visitar su isla y luego viaja por países de Oriente y Europa Oriental.


Álvaro Mutis tiene una saga titulada Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. Novelas alusivas a este marinero, encargado de encaramarse en la gavia del barco para observar el horizonte. En La última escala del Tramp Steamer se lee:


“El extraviarse en los manglares y lagunas significa la casi segura pérdida del barco y un riesgo muy grande para los pasajeros y tripulantes. El sol implacable relumbra sobre la superficie sin límites del agua, enceguece a los prácticos y muchos han sido los casos de embarcaciones cuyos ocupantes han muerto de hambre y sed, tostados por el sol y devorados por los insectos”.