(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 17 al 22 de abril de 2023)
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María Kodama. Foto: Secretaría de Cultura de la Nación Argentina |
Si
María Kodama hubiera sido un lazarillo que acompañara a un ciego para evitar
tropezones y caídas, y se hubiera comportado apenas mejor que el de Tormes, ese
personaje de novela picaresca que le robaba el vino al invidente y lo ponía
directo a un poste de piedra para que chocara o a la parte ancha del arroyo
para que se sumergiera, solo con eso, digo, bien merecería bogar en este Río de
Letras.
Muerta
el pasado 26 de marzo, a los 86 años, María Kodama estuvo al lado de Jorge Luis
Borges por mucho tiempo. Después, cuando él murió, siguió cuidando su memoria
como una forma de mantenerlo vivo. No debe haber sido fácil acompañar y darle
la talla a un genio que no habitaba un sitio concreto en el mundo real. “Lee
otra vez, María, este libro, este párrafo, esta palabra”, parece que lo
oyéramos decir.
Los
méritos de Kodama no son solo el haber acompañado y amado a alguien. Ella
dedicó su vida a escribir, estudiar lenguas y traducir. Colaboró con Borges en los libros Breve antología anglosajona (1978),
y Atlas (1984), testimonio de los viajes que realizaron juntos
por el mundo. Con Claudia Farías escribió el libro La divisa punzó, de historia argentina.
En
el cuento “Leonor”, incluido en Relatos,
que intenta describir las alucinaciones de una niña, Kodama escribe:
“Debía estar quieta y callada
para que nadie se fijara en ella,
así cada atardecer
podría proyectar su
mundo, al que
tendría acceso
definitivamente, sólo cuando
recordara las constelaciones, porque
ellas le indicarían
el recto rumbo de su vida.”
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