Amos Oz
Por
John Saldarriaga
Publicada el 9 y el 12 de enero en la columna Río de Letras del diario ADN
Amos
Oz, autor israelí, murió el 28 de diciembre. Era la voz de su pueblo. La suya,
más que una vida individual, fue plural. Su obra —narrativa, ensayo, periodismo—
no se desvía de la causa de Israel: la defensa de su identidad y su territorio,
sin desconocer que sus vecinos y enemigos, los palestinos, también merecen esas
conquistas.
Premio
Príncipe de Asturias, al título de Caballero de la Legión de Honor, otorgado
por el gobierno francés, suma el de “traidor”, dado por quienes creen que su
movimiento Paz Ahora no defiende ideales israelíes. La conciencia colectiva la
aprendió en el kibutz al que fue vivir a los 14 años, donde cambió su apellido,
Klausner, por Oz, que significa coraje; no de su padre, conservador y admirador
de una Israel excluyente.
En
entrevistas dijo: “El fanatismo no fue creado por Al Qaeda o ISIS. Ni tampoco
por la Inquisición. Es un gen muy antiguo que quizá empieza en la familia y la
necesidad de las personas de cambiar a otras para que sean como ellas”.
Y
en La bicicleta de Sumji, dice: “Todo cambia. Mis amigos y
conocidos, por ejemplo, cambian las cortinas de la sala como cambian de empleo,
cambian de domicilio, cambian acciones ordinarias por bonos del Estado, o
viceversa, y bicicletas por motos; truecan sellos, postales, monedas, los
buenos días, ideas y opiniones; algunos intercambian también sonrisas”.
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