(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 24 al 30 de noviembre de 2025)
Una palabra define la poesía de Raúl Gómez Jattin: autenticidad. Su creación no se desligó de su realidad, de su condición física y mental ni de sus ideas sociales y estéticas. Fue uno con sus poemas. En ellos elevó a la categoría de arte una vida dura.
"Soy un dios en mi pueblo y mi valle
No porque me adoren Sino porque yo lo hago
Porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad (…)
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán
y lo nombro en mis versos Porque soy solo
Porque dormí siete meses en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad (…)”.
Quienes consideran su obra un
simple desvarío de loco, no comparten la opinión del alemán Heinrich Heine, de
que “la locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que,
cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente
resolución de volverse loca”. Ni creen que los lectores debemos gozar del
legado de un autor, no enjuiciar su salud, su tino, su personalidad: ¿Qué más
da si un autor fue manco como Cervantes, ciego como Borges, depresivo como
Beckett, bipolar como Gómez Jattin…?
Más bien, leamos un poema del cartagenero, incluido en el Esplendor de la mariposa:
“Oh Walt Whitman
Ustedes que no conocen
esta jaula
¿han cantado alguna vez
a la libertad?
Porque el carcelario gozó
con su delito
sin embargo
yo que no soy delincuente
estoy preso
y canto a lo libre
a lo que vuela
a lo que canta
sin ningún provecho personal”.
Gómez Jattin bien vale unas
palabras, aunque en 2025 no se cumplieran 80 años de su natalicio.

