(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 30 de junio al 6 de julio de 2025)
Si
alguien dice: Las aventuras de Tom Sawyer
es la historia de un chico peleador y aventurero, que juega a ser pirata, nadie
se turba, pues esta es cosa sabida. Si suelta la perla de que su autor es
Samuel Langhorne Clemens, tintinea la campana de la duda en sus oyentes. Acaso aclaren
que es una novela de Mark Twain. Ambos tendrían razón: Mark Twain es el
seudónimo de Samuel Langhorne Clemens.
Si
quien recita el poema que nos define cambiantes, inestables: “Hay días en que
somos tan móviles, tan móviles,/ como las leves briznas al viento y al azar…”, dice
que es de Miguel Ángel Osorio, no miente. Pero pocos saben que este es el nombre
de Porfirio Barba Jacob.
Al hablar de cuentos con inicios potentes, referimos el del vagabundo que se esfuerza por que lo metan a la cárcel para protegerse del frío:
“En su banca
del Madison Square, Soapy se movió intranquilo. Cuando los gansos salvajes
graznan alto en las noches, y las mujeres que no tienen abrigos de piel de foca
se tornan amables con sus esposos, y cuando Soapy se mueve inquieto en la banca
del parque, se sabe que el invierno está a la vuelta de la esquina”. ¿Para qué indicar
que “El policía y el himno” es de William Sidney Porter? Es más simple decir
que es de O. Henry.
Muchos
autores firman con remoquetes. George Sand es el de Aurore Lucile Dupin de
Dudevant; Lewis Carroll, el de Charles Lutwidge Dogson; George Orwell, el de Eric
Arthur Blair; Gabriela Mistral, el de Lucila Godoy Alcayaga… Saber el nombre
original no sobra; remarcarlo no es muy útil, si por algo ellos lo desdeñaron.
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