(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 7 al 12 de agosto de 2023)
Apuesto
a que nadie diría qué hay de común en los siguientes trozos narrativos: “Si
recoges a un perro hambriento y le das de comer, no te morderá. Esta es la
principal diferencia entre un perro y un hombre”. “Había una vez en el mar un
pececillo de buena familia, no me acuerdo cómo se llamaba, quizá los sabios te
lo digan”. “Oí pasos que se acercaban. Tendí la mano, suponiendo que era mi
madre. Alguien la tomó, y quedé atrapada en los brazos de quien había llegado
para revelarme todas las cosas y, sobre todo, para amarme”.
El
primero es parte de Wilson Cabezahueca,
de Mark Twain; el segundo, de La gran
serpiente de mar, de Hans Christian Andersen, y el tercero, de La historia de mi vida, de Helen Keller.
Lo común: los tres autores escribían con la mano izquierda.
En
la lista de zurdos están Da Vinci, Newton, Miguel Ángel, Chaplin, Carroll, Martina
Navratilova, Kafka, Wells, Fitzgerald, Goethe, Marías y otros de tal talla que,
claro, consiguen envanecernos a quienes también
garabateamos con esa mano. Por cierto, tenemos nuestro Día Internacional. El 12
de agosto. ¿Qué están pensando? ¿Acaso no lo tienen también los perezosos, los
cerveceros y las suegras? ¡Sí, las suegras! El de la Zurdera se explica por la
necesidad de luchar contra la discriminación. La hay. Dicen los estudiosos del
tema (hay estudiosos del tema), que la segregación ha disminuido en los últimos
años. Así sea. Pero, ¿saben?, lo dudo. Dudo, por lo menos, que desaparezca
totalmente. Si algo caracteriza a los humanos es su tendencia a discriminar.
Por cualquier tontería.
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