(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 14 al 19 de agosto de agosto)
Es
curioso: existen autores que se desgreñan por hacer creíbles sus relatos. Si es
preciso, recurren a argumentos racionalistas para que el asunto ingrese a nuestro
cerebro sin pasar por la aduana de las dudas.
En
cambio, otros no consideran la verosimilitud una ley. Los de los cuentos chinos
antiguos son precursores. ¿Quién no conoce la historia de un anciano ocupado en
trasladar una montaña de un sitio a otro, pasando la tierra por totumadas? En
la Biblia, casos extraños muestran el poder divino: una mula se enojó con su
dueño y le reclamó por haberle golpeado sin motivo, el Sol y la Luna se detuvieron
un día y no siguieron su curso hasta producirse una victoria bélica, y a Jonás lo
engulló un gran pez y permaneció en sus entrañas durante tres días castigado
por negarse a hablar en nombre de Dios. Rabelais, fascinado por asombrar, en Gargantúa y Pantagruel revela que aquel nació por la oreja de su
madre y que cuando Pantagruel cayó enfermo, unos hombrecillos entraron a su
boca para curarlo. Rudolf E. Raspe, autor de El barón de Münchhausen, sostiene
que su héroe podía montarse en
balas de cañón, viajar a la Luna (donde los selenitas pueden separarse de su cabeza) o
cabalgar sobre un caballo cortado por la mitad.
¿Dijimos “caballo”? En Del
amor y otros demonios, de García Márquez, el padre Abrenuncio lamenta la
muerte del suyo. «“En octubre cumplió cien años”. “No hay caballo que viva
tanto”, dijo el marqués. “Puedo probarlo”».
Cuando uno no aguanta tanta realidad, estas lecturas llegan
como limonada fría en la sedienta
Guajira.
¡Tu prolija lectura sumada a tu capacidad de análisis, da como fruto un texto tan increíble como cierto! Lo leeré muchas veces. Felicitaciones
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