(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN en la semana del 11 al 15 de enero de 2022)
En alguna
parte de alguna obra o nota marginal de Franz Kafka leí hace años: “El problema
no es la libertad, porque la libertad no existe”. O palabras parecidas. Varias
veces he buscado tal cita, pero es en vano; no doy con ella. Entonces, por
momentos pienso que la soñé, la inventé, o se la oí al viento que debe ser el
mismo que viene desde su territorio y su tiempo hasta los míos. Soy consciente
de que, así como no nos bañamos dos veces en el mismo río, no nos sopla dos
veces la misma corriente de aire, pero tal vez el agua y el aire sí sean los
mismos desde siempre.
En fin, pensé
en la libertad porque sentí en estos días de fin y principio de años algo que
se le parece mucho y extrañaba desde hace meses: leer un libro y después otro y
otro más solo porque sí, no por compromiso ni porque deba reseñarlos ni referirme
a sus autores ni nada. Es como si hubieran ejercido sobre mí una atracción
inexplicable. ¿Serían sus títulos? ¿El color y el diseño de sus carátulas? ¿El
extraño nombre de sus creadores? ¿Los exóticos países de los que proceden? ¿Los
asuntos que tratan?
Este habla de
un vagabundo, nada lo ata a nada y vaga por bosques noruegos haciendo acaso
algo más que existir; aquel, de una historia ocurrida en Estambul hace siglos,
con iluminadores de libros y misteriosos asesinos; este otro, de un pueblo sin memoria
llamado Karakí y una región de Nieves Perpetuas que, por desconocida, genera
mitos y prejuicios.
Así es la lectura de vacaciones, suelta, caprichosa y arbitraria. Uno se deja arrastrar sin rumbo en un río de azares.
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