jueves, 28 de agosto de 2025

El papagayo virtuoso

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 25 al 31 de agosto de 2025)

 


Imagen de portada: Alfredo Saldarriaga


El papagayo tocaba el violín. Este atributo le dio méritos para ser incluido en la reciente novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal y le alcanzó para volar alto como el Cóndor de la primera obra del tulueño y situar la nueva pieza a una altura similar a la de esa otra sobre la Violencia. En ella, el autor desnuda sus orígenes y esencias sin pudor de quedar en cueros ante los ojos del mundo.


¿Qué tiene El papagayo… para que Gardeazábal no haga más que recibir elogios? Historias bien tejidas de dos familias enraizadas en sendas regiones: una paisa, otra vallecaucana. Vidas de personajes, campesinos y comerciantes, conservadores, liberales, tercos, suicidas, religiosos, agnósticos... El mismo tono chismoso de Cóndores no entierran todos los días, cálido y cercano, alentado con comentarios interpretativos y socarrones. Y la estructura del relato: el principio y el fin son anclas que fijan la atención en el narrador; el resto es un viaje de acá para allá, de allá para acá: un capítulo entre paisas, otro entre vallecaucanos… Así, los ojos del lector se deslizan como por una pista enjabonada a través de páginas llenas de gracia.


“La druida tomó el violín en sus manos, sacó el arco con solvencia de violinista de carrera, y poniéndoselo entre la cumbamba y su mano izquierda comenzó a tocar una danza zíngara que estremeció hasta el perro bravo de misiá Hortensia y lo puso a aullar. Cuando terminó, cogió el violín entre las dos manos, y mirando hacia la profundidad a través de la hendija de la S del instrumento dijo algo en su lengua milenaria…”.

jueves, 21 de agosto de 2025

Alicia no envejece

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 18 al 24 de agosto de 2025)

 

 


Han pasado 160 años y ¡sigue
Alicia en el país de las Maravillas! Nada que sale. Seguro entendió que la vida afuera carece de sentido o, al menos, que de nada serio se está perdiendo.


Tres años antes de la primera edición, sucedida en 1865, el británico Lewis Carrol —menos conocido como Charles Lutwidge Dodgson— había inventado el relato para contárselos de manera oral a tres niñas que iban con él en un navío, entre ellas, una tal Alicia  —Alice Liddell— de diez años.


En más de siglo y medio, quién no ha sabido de este clásico que narra la historia de una niña que, por seguir curiosa a un conejo blanco que va apurado, vestido con chaleco y portando reloj, cae por un agujero y llega a un mundo extravagante, donde vive aventuras sorprendentes y conoce personajes singulares, como la Oruga Azul y el Sombrerero Loco…


¿Qué hace de esta novela la historia más conocida de la literatura infantil? ¿Cómo logra Carroll cautivar a niños de todas las edades en diversas épocas, sin que disminuya el encanto? Debe ser la naturalidad con la que presenta lo absurdo, como las carreras frenéticas del Conejo Blanco, una metáfora del ser humano, que siempre va de prisa por llegar a ninguna parte, o las sentencias de muerte de la Reina de Corazones sin corazón.


“La Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té frente a la casa, en una mesa dispuesta bajo un árbol; sin cuidado alguno apoyaban sus codos sobre un lirón que dormía profundamente entre ellos y hablaban sin más por encima de su cabeza”. Así comienza el capítulo 7, Una merienda de los locos.

jueves, 14 de agosto de 2025

Una mente atormentada

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 17 de agosto de 2025)

 

 



Resulta fascinante que un espíritu creativo oscile del naturalismo —y por tanto documente la realidad y la exprese con llaneza— a la fantasía —y narre escenas de terror psicológico—. Es el caso de Guy de Maupassant, cuyo nacimiento sucedió hace 175 años.


Cuando el péndulo tocaba lo real, narró la guerra franco-prusiana desde el punto de vista de campesinos y víctimas, y hablaba de amores movidos por el instinto. Y en el otro lado, contaba con detalles que solo sabe quien las tiene, las visiones de una mente atormentada, que constituyen, en las letras y en la vida, la forma más angustiante del terror. Personajes sin libertad; juguetes del destino y el entorno.


Escribió más de 300 cuentos, seis novelas, muchas crónicas y un poemario. La gente recuerda la novela Bel Ami y los cuentos Bola de sebo y El Horla. En Bola de sebo, entre viajeros de una diligencia, burgueses e hipócritas, va Elisabeth, una prostituta. La segregan, pero luego la obligan a ceder a los deseos de un militar prusiano. En El Horla, al narrador lo acosa una criatura invisible, quizá real o producto de su mente enajenada. En este relato se lee:


“Mi sillón estaba vacío, parecía vacío; pero comprendí que él estaba allí, sentado en mi lugar, y que leía. ¡De un salto furioso, de un salto de bestia enfurecida, que va a desgarrar a su domador, crucé mi habitación para atraparle, para alcanzarle, para matarle!... Pero mi asiento, antes de que yo lo hubiera alcanzado, fue derribado como si alguien hubiera huido delante de mí…”.


Maupassant murió en 1893 con la mente atormentada.

jueves, 7 de agosto de 2025

Secundarios, pero no segundones

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 4 al 10 de agosto de 2025)

 

 

“No hay primera sin segunda”, repiten en las zambas. Y tal perogrullada se aplica a todo. Para que haya una figura central, existen otras periféricas. En la vida y en las historias alguien se roba la atención. Es a esta persona a la que le suceden las cosas y, como en el teatro, un círculo de luz parece seguirla dondequiera vaya. Hay otras figuras, cómo no, y también hay luces que las bañan para destacar su presencia y revelar sus acciones, pero no con igual esplendor.


En literatura, los personajes secundarios son esenciales para el desarrollo de las historias y la consolidación de personajes centrales. En algunas obras, aquellos tienen vida propia, personalidad definida, actos notables; respiran su propio aire y viven su propio cuento. Sancho Panza, en el Quijote; Atreyu, en La historia interminable; el doctor Watson en Las aventuras de Sherlock Holmes… Son secundarios, sí, pero no segundones.


De los nuestros, tengo en mente a dos mujeres: Frutos, la vieja cómplice de las andanzas del protagonista en “Simón el mago”, de Tomás Carrasquilla, y Gertrudis Potes, la antagonista del Cóndor León María Lozano, en Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal.


La del antioqueño, “negra de pura raza (…) de una gordura blanda y movible, jetona como ella sola”, alienta la imaginación con cuentos de espantos y brujería. La del vallecaucano, que ríe “con una carcajada que las Becerra siempre consideraron vulgar”, es piedra en el zapato del nefasto corifeo conservador, protagonista del libro sobre la violencia bipartidista.